A las 8.20 de la noche, Albert Rivera hizo para esta columna un duro resumen del debate: «Rajoy tiene como principal argumento que viene Podemos para que le sigan votando a pesar de la corrupción de su partido. Podemos no sabe ni puede gobernar y tiene como único argumento echar al PP. Estamos en una moción de bajo nivel parlamentario hoy con los dos líderes que menos consenso y valoración generan entre los españoles».
Mariano Rajoy, que aguantó en el banco azul más que un buzo, le dijo al aspirante a la Moncloa: «Aquí se acabó su recorrido. Usted no puede ser presidente». Esta fue la sentencia, quizás equivocada o apresurada, de Mariano Rajoy ante la moción de censura, uno de los medios del Parlamento para provocar la caída del Poder Ejecutivo. Ni la esperanza ha derrotado al miedo ni ha caído el Gobierno más corrupto de Europa como desean los de Podemos. De los resistentes es la última palabra.
Pablo tiene detrás cinco millones de ciudadanos, la política devuelve la vida a los que engañosamente parecen acabados como acaba de demostrar Pedro Sánchez, pero los portavoces de Moncloa vieron a Pablo Iglesias descolocado. «Han organizado una carallada«, dijeron en los pasillos. Ante veredictos negativos he hecho a algunos contemporáneos la siguiente pregunta: «¿Se ha hundido Pablo, el Gran Timonel? ¿ Se ha equivocado en el tono moderado?» Una diputada del Partido Socialista no duda al contestar: «Se ha hundido por completo. Ha estado fatal. Rajoy le ha vapuleado en el fondo y forma. Ha sido la izquierda atropellada. Al PSOE le viene muy bien el fracaso, el petardazo».
Monedero ha visto elevar al infinito el nivel del Parlamento con Pablo e Irene. Otro dirigente de Podemos comenta: «Creo que Pablo se ha enredado en la parte programática que suele ser un coñazo e Irene Montero ha estado brutal, soberbia, una Dolores joven. Ha nacido la presidenta de la Tercera República. Ha hecho uno de los mejores discursos que se recuerdan en la Cámara». Eso es mucho decir.
El palacio de San Jerónimo se inauguró cuando los reyes, según Gautier, asistían a las cortes vestidos de panaderos. Se inauguró en el año 1850 por la reina Isabel II, aquella castiza con un laurel en la mano y un león en los pies a la que decía su madre: «La historia de España es un folletín». Según Galdós, María Cristina no creía en el parlamentarismo español y le contestaba Isabel II: «Eso es tener mala idea de los españoles».
A pesar del desdichado vaticinio de la reina madre hubo vibrantes discursos, desde aquel de Castelar que dijo que el Estado no debe tener religión -«el Estado no comulga, el Estado no se muere»- hasta Manuel Azaña con su «España ha dejado de ser católica».