Hay un país entero que nos está mirando y también nos están mirando nuestros adversarios. ¿Habéis leído la prensa las últimas semanas? Cuánta preocupación hay, ¿verdad? Dicen que llegamos aquí divididos, yo quiero que les dediquéis un aplauso irónico a todos ésos que dicen que estamos divididos. El cielo no se toma por consenso, el cielo se toma por asalto. Bienvenidos a la asamblea Sí se puede. Luchar, crear poder popular.
Estas fueron las palabras que hicieron vibrar el Palacio de Vistalegre de Madrid en 2014. El locutor, por supuesto, era Pablo Iglesias. Entonces uno podría sospechar lo que vendría a continuación, un poder despótico que culminó con una jornada festiva, un rodillo que pasó ruidosamente sobre aquéllos que le hacían sombra en el partido, unas esperanzas que fueron aniquiladas por asalto, a los ojos de todos, ante las cámaras.
Bienvenidos a la trágica historia de Podemos, el partido de Pablo Iglesias. Asaltar los cielos, Algo que aprecio de la cultura griega clásica es la majestuosidad con la que sus tragedias y mitos han emulado los rasgos más propiamente humanos de una manera cruel, desoladora y certera.
Pocas personas pueden asistir a una representación de Edipo Rey o Antígona sin notar como su vello se eriza y un sentimiento de injusticia recorre todo su cuerpo. Las máscaras, el coro, los cantos, todo está perfectamente preparado para que el hombre valeroso se encuentre cara a cara con su reflejo más grotesco y veraz. Los griegos fueron maestros de muchas cosas y no es mala idea apoyarse en sus enseñanzas para leer los acontecimientos presentes. De ahí que recurra a ellos una vez más.
Como es sabido, la cultura helénica era una cultura meritocrática donde se premiaba la excelencia. La persona virtuosa era apreciada por sus congéneres y recompensada por sus esfuerzos. Pueblo guerrero donde el valor y la conquista jugaban un rol esencial junto a las artes y la filosofía. Gentes de letras y armas, que diría Cervantes. Defensores de la nación y orgullosos patriotas.
Sin embargo, aunque esta embellecida descripción no esté del todo errada, uno de los legados más bellos que recibimos de nuestros antepasados griegos viene de la mano de un concepto no tan loable y que tomaba la forma de daimon. Este atributo es aquel que simboliza su faceta más oscura, siniestra y vulgar. Por supuesto, me refiero a la hybris.
Estoy convencida que una persona tan leída e ilustre como Pablo Iglesias conoce perfectamente en qué consiste este vicio que a los griegos repugnaba por encima de todo. La hybris, simplificándolo mucho, puede entenderse como la extralimitación en el papel que los dioses le han otorgado a uno. Es la arrogancia, el engreimiento, el orgullo injustificado de aquél que cree tener la gracia divina cuando los dioses lo aborrecen profundamente.
Ser excelente, cultivar la virtud (areté), consistía en conocer cuál es el papel que el destino (fatum) te tiene reservado e invertir todos tus esfuerzos por cultivar ese don con el que has sido honrado. Para ello, uno había de ser prudente (phrónesis), respetuoso, digno, disciplinado y, sobre todo, inteligente.
Siguiendo el hilo argumentativo que acabo de exponer, en mi opinión, Iglesias ha demostrado en apenas un año en la vicepresidencia segunda ser grosero, intolerante, inculto y, sí, estúpido. Se ha extralimitado con mucho en el rol que le correspondía (si es que le corresponde algo más que ser un agitador a cargo de la Universidad Complutense de Madrid).
Y no sólo lo ha hecho a los ojos de todos, sino que ha tenido el poco sentido del ridículo de propagarlo día y noche por las redes sociales y medios de comunicación. Ha creído que sus actos y palabras lo encumbraban, cuando no hacían más que mostrar su ineptitud. Habrá quien vea aquí una demostración de que la pulsión de muerte avanzada por Freud efectivamente existe, yo me conformo con afirmar que la estulticia no tiene límites y, si los tenía, Iglesias los ha traspasado neciamente.
…acercarse al sol…
He de confesar que en el epígrafe anterior sostengo palabras muy gruesas respecto al vicepresidente segundo del Gobierno. Quisiera aclarar que no es odio o resquemor lo que siento al contemplar su actitud, sino la curiosidad de quien observa un comportamiento inexplicable desde los parámetros que rigen a las conductas racionales y sólidas.
Me sorprende soberanamente cuán ridículas son algunas de sus expresiones y manifestaciones. No logro entenderlo porque, de verdad, un día llegué a creer que era no sólo inteligente, sino astuto. Con todo, si le dedico un artículo no es por su excentricidad sino porque, con ella, está perjudicando severamente la dignidad de las instituciones y favoreciendo que la ciudadanía pierda el respeto por aquello que antes era meritorio, admirable y virtuoso. Y quien ama la cultura helénica, no puede asistir a tan ignominioso espectáculo sin recordar aquello que un día nos hizo sentir orgullosos y dignos.
Si uno ha seguido las declaraciones de Pablo Iglesias en los últimos meses, además de poner en cuestión a nivel internacional a nuestro país una y otra vez, generando varias crisis diplomáticas, habrá observado su constante ataque a los medios de comunicación y a ciertos poderes fácticos que tienen realmente el poder e impiden a la política desenvolverse con soltura.
Quizá la polémica alcanzó su cénit en la entrevista que le concedió al periodista Jordi Évole el pasado 17 de enero (como vemos, los medios son empleados a su conveniencia) donde declaró abiertamente: «me he dado cuenta de que estar en el Gobierno no es estar en el poder». Esta llamativa declaración, que inundó titulares, es una tomadura de pelo y todos lo sabemos. Es evidente que estar en el Gobierno no es estar en el poder.
Es obvio que hay poderes económicos y financieros que presionan a los políticos para que orienten sus políticas en una u otra dirección.
Todo el mundo sabe que estar en el Ibex o ser director de un periódico te da ciertas prerrogativas. Conocemos los usos nada democráticos de las denominadas cloacas del Estado, las malas artes de las cúpulas de los partidos y ciertas alianzas internacionales que no miran por el bien común. ¿Se cree el señor vicepresidente segundo que nacimos ayer?
Más aún, ¿cree el señor vicepresidente segundo que no somos plenamente conscientes de que él era conocedor de todo esto cuando exigió el cargo de una manera tan insistente que Sánchez no tuvo más remedio que crear tres vicepresidencias para deslucir su nombramiento? La cuestión no es si en España (como en todo lugar) hay poderes enfrentados e influencias.
Todo grupo de presión tiene intereses y, nos parecerá mejor o peor, pero velará por estos, muchas veces sin miramientos éticos o morales. El problema es quién puede denunciarlo, cómo debe hacerlo y por qué. Me explico. En esta partida de ajedrez Pablo Iglesias quiere ser juez y parte y quiere que lo consintamos.
Primero vocea que todo ejercicio del poder entraña corrupción, que el “Régimen del 78” es una cueva de ladrones y nostálgicos del franquismo, que la casta (ese tan manido término) impedía el ejercicio normal de las instituciones y el florecimiento pleno de la democracia y, lo que es más importante, con Podemos en el poder o, para ser más precisos, con Él en el poder, todo cambiaría. Entonces, llega al poder y todo sigue igual.
«La empresa era demasiado difícil», se excusa, «soy una víctima de violencias insospechadas, no supe medir mis fuerzas». Bien, lo compro. Pero, asumiendo que su gimoteo es sincero y que se siente víctima de un sistema inhumano y feroz, lo que les corresponde a tales declaraciones es una dimisión por decencia y sinceridad con sus votantes. «Creí que podría, pero no es así. Lo lamento y, en consecuencia, dejo mi cargo para no ser otra pieza más de un engranaje descompuesto». Sin embargo, sigue insistiendo. Sigue en el cargo. Un cargo que requiere partidas presupuestarias, tiempo en medios de comunicación, asesores y puestos de libre designación.
Un cargo que le ha permitido salir de Vallecas, viajar por el mundo, codearse con las más altas dignidades del país. Un cargo que no ejerce de manera eficiente porque, según él, se lo impiden. ¿Si un trabajador de tu empresa te declara abiertamente que no puede hacer su trabajo de manera eficaz pero que no piensa dimitir, qué harías? Yo, no tengo dudas. Aquí hay cosas importantes que hacer. Lo siento, señor vicepresidente segundo, llorado se viene de casa.
Lo peor es que Iglesias se hace el sorprendido. Es el clásico “qué escándalo, qué escándalo, he descubierto que aquí se juega” de Casablanca. Iglesias forma parte de todo lo que censura, es su imagen más ridícula. Se ha aprovechado de cada vestigio que le ha permitido el sistema corrupto que él denuncia porque, en el fondo, es un enamorado del mismo. Sus lamentos no vienen de que los magnates sean interesados y egoístas, sus lamentos provienen de que ninguno de ellos le toma en serio porque “no es uno de los nuestros”.
No hay casa en Galapagar que cubra su falta de elegancia y decoro. Nadie puede tomarlo en serio y ojalá sólo fuese por su peinado y atuendo estrafalarios. Para ser avieso, hay que tener cierta habilidad, cálculo e inteligencia. Un arrogante no puede relacionarse con los recelosos dioses del Olimpo. Iglesias denuncia que el poder no es ejercido por el Gobierno de una manera libre y espontánea, es cierto, pero su cara de compungido no viene de esta verdad del barquero, sino del hecho de que Él (no en tanto que vicepresidente segundo, miembro del gobierno, elegido democráticamente, sino Él en tanto que Pablo Iglesias, señalado por los dioses) no puede ejercerlo porque nadie lo tiene en consideración…
Caer desde lo alto….
Me gustaría contraponer la falta de talante de Pablo Iglesias con la actitud de un viejo conocido por todos que, en principio, pudiera parecer que actuó de manera similar dejándose llevar por el mismo vicio. Sin embargo, bien visto, considero que hizo todo lo contrario y explicaré por qué. Me refiero a Yanis Varoufakis. Todos recordamos esos días de 2015 en los que Grecia se lo jugaba todo en un programa de rescate que habría de sacarlos de la ruina más absoluta.
También lo asombrosamente fuera de lugar que parecía su ministro de finanzas que, bajo el murmullo del tubo de escape de su motocicleta, se asemejaba más a un macarra entrado en años que a un catedrático de economía. No fueron pocos los expertos que en las televisiones analizaban su forma de andar, de expresarse, su vestimenta y gestualidad.
Pero lo que más asombraba era su rotunda postura frente a Bruselas dada la débil situación en la que se hallaba Grecia. Su posición era clara: el gobierno griego no iba a aceptar las condiciones exigidas por la Troika para aceptar el rescate y no creía que la deuda podría ser pagada. Sus declaraciones no eran menos rotundas que las de Iglesias: la Troika, afirmaba, es «un comité construido sobre cimientos podridos».
Una vez hechas las presentaciones, podemos preguntarnos qué diferencia a estos dos personajes, ¿por qué, en mi opinión, uno sería ensalzado por los dioses y el otro ninguneado y precipitado al vacío por querer acercarse demasiado al sol?
Muy sencillo, creo que dos hechos concretos hacen de Varoufakis un señor frente a Iglesias.
El primero de ellos se condensa en una de mis imágenes favoritas de la política de los últimos tiempos, por su connotación filosófica. Tuvo lugar en Atenas y como protagonistas contamos con el ya mencionado Varoufakis y Jeroen Dijsselbloem, presidente por aquel entonces del Eurogrupo. Si bien el viaje del segundo a Atenas consistió en una visita informal en la que quería conocer cuál era el programa de reformas que tenía previsto el ministro de finanzas heleno, eso no restó un ápice de espectacularidad a lo sucedido. Como he mencionado antes, Varoufakis no tenía dudas, sabía para qué lo habían escogido, así como las consecuencias de sus actos. Estaba dispuesto a lo que fuese por defender su posición. Se sentó frente a frente ante el presidente del Eurogrupo en un ambiente cargado de tensión y reticencias y dijo simplemente: “Grecia no reconoce a la troika ni el acuerdo de rescate”.
No hizo falta decir nada más. Eso era todo. He aquí la diferencia, he aquí lo que distingue a Varoufakis, que se alzó sobre los dioses cual Prometeo robándoles el fuego, e Iglesias que cae trágicamente como Ícaro queriendo acariciar el sol. Mientras Varoufakis no reconoce a la Troika como interlocutor válido, Iglesias da carta de naturaleza a todos esos enemigos poderosos de la democracia y, no sólo eso, sino que los venera, los envidia. Craso error. La indignidad de Iglesias no puede compararse con la testarudez de Varoufakis. “Acabas de matar a la troika” fue la respuesta de Dijsselbloem. Por su parte, Iglesias da vida a los espectros que lo atacan por las noches. El segundo hito de Varoufakis al que me refería es la consecuencia natural de que Grecia tuviera que plegarse a las exigencias de Bruselas: dimitió. Fue una digna renuncia, intachable de todo punto y en absoluto cobarde. Conocía su papel, fue virtuoso y prudente. No había nada más que hacer, había cumplido su tarea. La función había terminado y no podía seguir sobre el escenario.
Varoufakis murió en el campo de batalla como Leónidas en las Termópilas. Iglesias se escurre por los senderos pastoriles como Efialtes vendiendo a sus votantes por un poco de notoriedad. Falta de prudencia, falta de saber estar, falta de sabiduría y discernimiento. No es poderoso quien quiere, sino quien puede.