Los griegos se merecen algo más que amenazas de más miserias
OPINIÓN – Nick Malkoutzis
La pasada semana Jean-Claude Juncker reclamó a los griegos que “no cometieran suicidio porque tengáis miedo a la muerte”. Dramatizaba, por supuesto; habría vida después de una salida de Grecia del euro, si al final es lo que ocurre –aunque sería muy dura por varios años.
Pero el caso es que Juncker ponía de relieve una verdad conmovedora que no debería olvidarse en el periodo posterior al referendo del domingo. Los griegos no quieren acabar con sus vidas, metafóricamente hablando. Pero muchos de ellos han cesado de tener la esperanza de mejorarlas.
Conozco a gente que votó No el domingo. Algunos porque creían en los sueños idealistas de la soberanía nacional; otros se encontraban furiosos con la forma en que los prestamistas habían tratado a su país. Pero por los que lo lamento más es por los amigos y parientes que votaron por una posible salida del euro a causa de que se sienten agotados y abandonados por sus propios dirigentes, y también por los que toman las decisiones en Europa.
Una amiga mía trabajó en tres diferentes empleos el pasado año, sin recibir ningún dinero de sus jefes. No fue la única. Existe un millón de griegos con trabajo que padecen largos periodos de tiempo sin recibir ninguna paga, algunos hasta cinco meses cada vez.
Un trabajador de la construcción que vive aquí cerca ha plantado hortalizas en el jardín comunal para ayudar a alimentar a su familia. El trabajo en su sector escasea; el año pasado se concedieron el 80 por ciento menos licencias de construcción que en 2008.
Antes del voto del domingo, los principales partidos de la oposición griegos advirtieron, en sintonía con los acreedores del país, que las cosas podrían ir mucho peor si la gente votaba No. Este planteamiento se está volviendo una rutina; desde que la crisis empezó hace seis años, los griegos llevan recibiendo de forma regular advertencias directas de las penurias que acontecerían si no acertasen en sus elecciones.
La mayoría siguió el consejo, y sin embargo las consecuencias funestas llegaron de todas formas. Los griegos han soportado un programa de austeridad gubernamental con pocos precedentes, y una de las más dramáticas depresiones que el mundo desarrollado haya visto. Este pueblo necesita oír algo más esperanzador que la charla habitual sobre recortar más en gasto y aumentar impuestos.
El simple hecho de que decenas de miles de personas se unieran a las manifestaciones por el No –bajo la bandera de un gobierno de Syriza que no ha desplegado otra cosa sino amateurismo desde que ganó las elecciones en enero pasado, en una semana en que los pensionistas se daban empujones bajo el sol para retirar de su cuenta 120 euros de su pensión –es prueba de que la esperanza escasea. Deberíamos considerar si hemos alcanzado el punto donde lo que se intenta en Grecia se halla en los límites de la sostenibilidad política y social. Los griegos han agotado sus opciones políticas desde el momento en que el primer rescate se firmó. A lo largo de los últimos cinco años, seis partidos han pasado por el gobierno, y el país ha sido dirigido por cuatro primeros ministros (cinco, si incluyes a un interino que no fue elegido). El promedio de duración de los gobiernos griegos en el poder desde mayo de 2010 ha quedado por debajo de los 14 meses.
Han regido un país al que la Fundación Bertelsmann proclamó el año pasado como la nación con menos justicia social de la Unión Europea. Los grupos de menor renta vieron cómo su carga impositiva se incrementaba más de cuatro veces entre 2008 y 2012, mientras en cambio creía un 9 por ciento para aquellos con rentas más altas.
Más de la mitad de los hogares griegos dependen ahora de pensiones como única fuente de ingresos. Viven con miedo. Un anciano pariente mío dejó su pueblo en el nordeste de Grecia para buscar un empleo en Atenas a la edad de 11 años, y no dejó de trabajar en más de cinco décadas. Ahora se encuentra entre el 60 por ciento de los pensionistas griegos que lleva a casa cada mes menos de 700 euros, solo 35 euros por encima del umbral de la pobreza oficial. Vive con miedo al próximo recorte en su única fuente de ingresos.
En este entorno, seguir haciendo más de lo mismo ya no funciona. Sencillamente no es posible decirle a las personas mayores, que deben arreglárselas para vivir con aún menos, o aumentar el IVA a restaurantes y hoteles (lo cual según el sector llevaría a pérdidas de miles de puestos de trabajo).
Los griegos necesitan que se les muestre un camino para salir de un aprieto que se ha vuelto desesperado. No se les puede seguir intimidando con la amenaza de que ese aprieto podría ir a peor.
El autor del artículo es editor de la web de análisis económico Macropolis.

